El fútbol actual, cada vez más internacional, más integral, exige también más responsabilidad de los jugadores al representar la marca deportiva que es su club. Deben ser vistos socialmente como modelos de comportamiento, y está claro que tener miedo no ayuda a la buena imagen. Los futbolistas se convierten en un referente, y es aquí cuando están más expuestos que nunca al miedo más habitual: el miedo al fracaso.
Un miedo que debe trabajarse en edades tempranas. Primero se siente miedo a las críticas, al público, etc, pero a medida que se perfecciona la técnica, el desarrollo físico, el juego táctico y los recursos psicológicos en la preparación, los futbolistas llegan a dominar y controlar la ansiedad antes, durante y después del encuentro: con confianza. Por eso es importante enseñar desde la base lo fundamental, que superarlo depende en un porcentaje elevado de uno mismo. El técnico debe encontrar la forma de mover los sentimientos negativos del miedo hacia las emociones positivas que se viven cuando se conquista.
Ser valiente es necesario para superar el temor, y aún más para superar los pitidos de los propios seguidores. Tener que volver a intentar el mismo pase después de un error tras otro genera miedo sin duda. Esto debilita al más gallito porque el mayor aliento para un futbolista es el soplo sureño de su grada. Si se siente apoyado, probará más cosas. Si tiene miedo a perder, el contrario no tendrá miedo a ganar. Esa es la gran diferencia en las cabezas contrarias, aprovechar las debilidades del rival. A veces da miedo perder los partidos dominicales, pero además, en casa se tiene una responsabilidad añadida, recuperar la confianza del nº 12. Tampoco hay que ser una máquina. Las máquinas no tienen miedo, y los futbolistas sí. Aceptar que se tiene miedo, saber que todos lo padecen y que no es una debilidad reconocerlo, influye en el necesario respeto por el rival, pero dejando a un lado los sentimientos temerosos. Como decía Mandela: «No es valiente quien no tiene miedo, sino quien sabe conquistarlo».
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